Ganando el relato
Enrique Cabrera Marcet
Catedrático de Mecánica de Fluidos y Profesor emérito de la Universidad Politécnica de Valencia
Dos hechos ligados a la reciente DANA son irrefutables. El primero, que el episodio de lluvia fue excepcional y el segundo que, en mayor o menor medida, instituciones, organizaciones y políticos implicados no han estado a la altura de la tragedia. El primero, un diluvio bíblico, es imprevisible. Antes bien, con la triste realidad del cambio climático, los eventos extremos serán más frecuentes y severos, por lo que conviene, no queda otra, centrase en minimizar los impactos. Sobre el segundo, el formidable descrédito de instituciones y clase política, hay un enorme margen de mejora. Comenzando por adecuar las administraciones a los nuevos retos. El difuso reparto de competencias, la falta de coordinación y los lentos tiempos de respuesta, todo adobado por la mediocre clase política, mayormente preocupada en culpar al rival de la tragedia, ha devenido en un escenario dantesco. Pero mientras el mayor activo del político sea la obediencia y el cierre de filas, poco se puede esperar. Talento, imaginación, sentido crítico y convicciones que asienten la vocación política, son cualidades faltantes en los más de los actuales políticos.
Y no llevan razón quienes afirman que tenemos los políticos que nos merecemos. Lo evidencia la formidable respuesta ciudadana a la DANA. Nada que ver con el calculado “tacticismo” de los políticos, incapaces de empatizar con miles de ciudadanos desbordados por la tragedia. Su ejemplo no despertará la vocación política de ciudadanos valiosos. Antes seguirá atrayendo a los de perfil plano. Y aunque, claro, no todos son mediocres, éstos son la excepción que confirma la regla.
Lo acontecido sólo admite una conclusión: la tragedia no se puede repetir, al menos tal cual ha sucedido. Pero no será sencillo. Toda mi vida profesional ha estado ligada a la ingeniería y a la política del agua y por ello sé que los cambios necesarios son muy difíciles de implementar. Por ejemplo, no es aceptable que quienes toman decisiones trascendentes carezcan de la formación que su cargo exige, porque los asesores, que tanto abundan, no eximen al político de su responsabilidad ni de tener criterio. Para ayudarles he escrito el libro “Directrices para una gestión sostenible del agua urbana”. En él, además, subrayo los grandes obstáculos a vencer para afrontar los nuevos retos de la política del agua. Son:
La asincronía de plazos. El medio natural exige una apuesta por el medio – largo plazo, mientras el político busca acciones de visibilidad inmediata. Lo entendí hace cuarenta años cuando en un curso postgrado destacaba la importancia de renovar las tuberías para reducir las fugas. Un ingeniero municipal asistente, a la sazón más experto que yo, me anticipó la respuesta de su alcalde a la propuesta. No, porque no da votos. Antes los quita. Hay que subir el precio del agua, abrir zanjas y molestar a los vecinos, decisiones que mi adversario político criticará y, con una alta probabilidad, me ganará. Y lo que es peor, tendrá el problema resuelto. Así, pues, mejor hacer un polideportivo o potenciar las fiestas del pueblo. Ello explica el resultado de un estudio que, al rebufo de su sequía (sólo ante emergencias se mueve ficha) ha realizado la Agencia Catalana del Agua. La mitad de los municipios pierden más del 20% de agua y algunos (como Amposta o Alcanar) llegan al 60%. No puede sorprender, pues, la pertinaz falta de inversión en el poco vistoso barranco del Poyo.
El inmovilismo. En los países mediterráneos, la historia y la cultura del agua es una pesada losa. Tanto que sin una evidencia palmaria, como la crisis generada por la DANA, nadie apostará por el cambio. Y así, en el mundo del agua, el aforismo sajón, think outside the box, es un suicidio. Otro cambio urgente, también se ha visto, es adecuar la administración a los retos del futuro. Hoy aún es tabú.
La economía del agua. Presidida por el subsidio, impide al gestor ser autónomo en lo económico y convierte las grandes inversiones en decisiones políticas. Un desastre, vaya. Porque depender de la administración (estatal o autonómica) para que resuelva los problemas (renovar tuberías, construir depuradoras o mejorar barrancos) es politizar el agua y, por tanto, desprofesionalizarla. El subsidio, en el agua urbana contrario a la Directiva Marco del Agua, es, por muchas razones, un engañabobos. El mayor, pensar que papá Estado te regala unas obras que también paga el ciudadano. Porque ¿acaso ese dinero no sale de nuestros impuestos? El agua urbana, además de recuperar todos los costes podría incluir, como en países del norte de Europa, un impuesto ambiental destinado a minimizar los impactos del cambio climático.
Las múltiples ópticas del mundo del agua, que crecen con la dimensión del problema (una inundación, con contornos muy amplios, presenta muchas ópticas) propiciando la existencia de un objetivo ruin, ganar el relato. Al respecto me viene a la memoria una conversación que hace muchos años mantuve con un relevante político. En un inusual arranque de sinceridad me dijo, creo que llevas razón pero a mí, lo que dices, no me interesa, porque debilita mi relato que, en el fondo, consiste en imponer la verdad (a medias) que me conviene. Armonizar e integrar todas esas ópticas (gobernanza) es el mayor reto de la política del agua.
Los cuatro obstáculos descritos son formidables y sólo se pueden allanar educando a unos políticos que, sin formación, no deberían asumir tan altas responsabilidades, y a unos ciudadanos que deben diferenciar entre el político que hace lo que debe del que hace lo que le conviene. Esta formación facilitaría, y mucho, el imprescindible Pacto de Estado que venimos reclamando quienes hemos dedicado toda nuestra vida profesional al complejo mundo del agua. La falta, al menos en público, de autocrítica mientras se culpa al adversario político es, sin más, patética. Sólo en el marco de un Pacto de Estado, podrá haber un debate sosegado (las numerosas ópticas propician las discrepancias lo que, en principio, es positivo) que pongan en práctica los versos de Machado: ¿Tu verdad? No, la Verdad, y ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela. Este camino es hoy utópico. Ojalá la DANA permita abrirlo, pues es el único que conduce al innegociable objetivo antes enunciado, que no se repita esta tragedia.